Maco Tulio Araya
Cédula 2-312645
Para Don Julio Rodríguez
En Vela
La Nación
Usted que constantemente
añora los valores que los costarricenses estamos perdiendo, con su
posición respecto al memorando, pisotea dos de los más sagrados valores:
la honestidad y la ética.
Usted es doblemente
deshonesto, con usted mismo y con su profesión de periodista responsable
de comentar y orientar a la gente en los temas nacionales.
Es deshonesto
con usted mismo porque se autoengaña y quiere engañar haciendo creer
que el memorando enviado por el Vicepresidente al Presidente fue una
comunicación personal, elaborada en el "sagrado ámbito de la privacidad",
que fue interceptada por un equipo conspirador que posee alta
tecnología y especialización en este tipo de delitos.
Es deshonesto
con su profesión porque usted bien sabe que en nuestro país los funcionarios
públicos, especialmente el presidente, sus ministros, diputados...
deben ser transparentes y abiertos a la rendición de cuentas porque
además de ser representantes, no dueños, el Estado les paga sus salarios.
Además, despista lo noticioso e importante del memorando y lo envuelve
en especulaciones con el único propósito de desviar el foco de atención.
Usted sabe bien
que ese memorando es un tortón, que no se puede como quiere el
Presidente, meterlo en un vaso de agua; sabe muy bien que en este caso
no hay tal de intimidad, ni de ámbito sagrado de privacidad, ni relaciones
humanas personales; tampoco es un intento de chantaje, amenaza o búsqueda
de publicidad gratuita.
Todo esto recuerda
a lo ocurrido a Richard Nixon en 1972; también ahí estuvieron utilizando
la tecnología para hacer el mal y "garganta profunda", quien pasó
la información, no era ningún vulgar delincuente sino un ciudadano
con valores como el funcionario o funcionaria patriota que hizo
público el memorando, porque en el o en ella pudo más el bien que
el mal que se está gestando. Quizá esto no termine con la renuncia
del Presidente y sus colaboradores como ocurrió en una democracia madura
como es la estadounidense, pero terminará con el entierro de una casta
política y económica nefasta para nuestro país y ese es su gran temor
o terror que se huele en cada uno de los párrafos de su desdichado
comentario.
El memorando significa
una estrategia concebida y escrita por dos funcionarios públicos de
alto nivel, pagados por el Estado y lo peor, aceptada y puesta en práctica
nada más y nada menos que por el mismo presidente de la república.
Las recomendaciones que hacen en contra del estado de derecho, de la
democracia, de la autonomía municipal, de la manipulación de la agenda
legislativa, de los miedos y la propaganda, entre otros, empalidece
la proclama del Melico tantas veces manoseada por usted.
Usted don Julio
dice que hay límites que no se deben traspasar y usted con esa posición
de desviar la atención del memorando hacia la delincuencia, el narcotráfico
y las mafias, dio el paso que le faltaba para dejar regados sus
valores éticos.
Todo en esta vida
tiene algo de malo y algo de bueno. Lo que tiene de bueno su comentario
y su posición en torno al memorando es que le ayudó a muchos costarricenses
a abrir los ojos al darse cuenta que no solo existe, sino que
está en plena ejecución una malévola conspiración para desestabilizar
el país y sembrar el miedo pero no proviene de los izquierdistas, sindicalistas,
catedráticos desfasados, o emisarios comunistas, sino de
los grupos de poder económico y político que impulsan el Sí, que
quieren imponer el TLC aún a costa de violentar los principios democráticos
y las leyes mismas... esos que a la distancia parecen y de cerca no
cabe duda que son sus amos.
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En Vela
Julio Rodríguez
envela@nacion.com
El memorando del que informa hoy La Nación y que ha corrido por Internet sobre la campaña del TLC debe abrirnos los ojos. Un hacker
, pirata o experto en estos actos delictivos penetró en el sistema de
comunicación de la Presidencia de la República y se apoderó de su
contenido para hacerlo público. Igual violación han sufrido otras
entidades públicas y privadas. Esta es la cuestión de fondo. Estamos
expuestos. Todos sin excepción, no solo en las calles, sino en nuestras
casas y oficinas, y en nuestra propia intimidad.
Conforme la tecnología avanza y nos regala sus
frutos, para bien propio y de la humanidad, mayor es el riesgo de
utilizarla para el mal. La penetración de los delincuentes en el ancho
mundo de la telefonía y, ahora, de Internet lo demuestra día a día. El
ámbito sagrado de nuestra privacidad y de las relaciones humanas
personales está expuesto al chantaje, a la amenaza, al anonimato y a la
publicidad sin fronteras ni límites. Hay gente que se nutre de este
poder.
Las modalidades por Internet son conocidas:
mensajes, anónimos o personales, directos o por mediación, para
chantajear, amenazar, silenciar o difamar. Recordemos que
reiteradamente se publicó por Internet un diálogo falso entre
periodistas y el Ministerio Público. El asalto contra la privacidad y
la dignidad de las personas no cesa. Se trata de mafias ideológicas,
políticas, económicas, criminales o, simplemente, de personas sedientas
de odio, envidia o venganza, sabedoras de que la difamación causa un
daño irreparable y de que la amenaza o el chantaje, extorsivo o no, son
instrumentos de terror que conducen al silenciamiento, a la
servidumbre, a la indefensión o a la impotencia, todo en un oasis de
impunidad.
El peligro no se detiene aquí. Este tipo de
delincuencia mediática afecta el sistema de seguridad de un país. El
narcotráfico y el terrorismo conocen sus secretos, del que derivan
enormes ganancias y daños inmensos a la sociedad.
En fin, los que ahora disfrutan de estos triunfos
mediáticos están cavando la fosa del miedo y la desconfianza, y, a la
vez, estimulando a los grupos, internos o externos, dedicados a estos
menesteres. Mañana las víctimas pueden ser ellos o sus familiares. Hay
límites que no se deben traspasar, pero, eso sí, si se da ese otro paso
más allá, el que nuestra conciencia y los valores éticos retienen, no
hay retorno.
No nos forjemos ilusiones. Hay gente en nuestro
país capaz de todo. Ningún objetivo o interés merece el sacrificio de
la libertad o de la dignidad.
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